jueves, 27 de octubre de 2011

Im freeeee free falling (8)

Esta es la increible historia de una persona que una vez dijo "a mi me gustaría hacer sky diving", pero como decía muchas cosas ni ella se hizo caso. En el mes 7 de su estadía en Nueva Zelanda, habiendo recorrido el país con su super amiga Flo y su hermoso auto Tahuna, habiendo regresado a su hogar neozelandés en Queenstown y quedándole unos 10 días en el bello país surgió nuevamente la idea.

Flo y yo teníamos ganas de hacerlo y daba la casualidad que había una promoción especial de 3x1 para "locals" o sea, gente que vive en Queenstown, pero faltaba el tercer integrante. En una visita a nuestro amigo Fabian, él nos contó que Ángela, una chica austríaca a la que habíamos visto en varias reuniones, también tenía ganas de tirarse de un avión. Acto seguido nos pusimos en contacto con ella y una hora después teníamos reservados 3 lugares para tirarnos al día siguiente.

Sinceramente en ningún momento previo a la llegada al lugar estuve nerviosa. Mi vida siguió como si nada pasara o mejor dicho, como si nada fuera a pasar, como si no me fuera a tirar de un avión a 4600 metros de altura en caída libre... Ahora que lo pienso, creo que mi poder de negación no tiene límite alguno.


Felicidad, gracias al poder de negación


Cuando llegó el momento y estuvimos preparadas con arneses, guantes, gafas, etc. conocimos a nuestros instructores, con quienes íbamos a saltar. El que me había tocado en suerte se llamaba Boris. Alto, al lado mío un gigante. Servio. Me preguntó si estaba nerviosa como 17 veces, creo que mi cara delataba algo, pero yo le contesté que no. Le pregunté cuantos saltos había hecho en su carrera, y me dijo que unos 30000 aproximadamente.

Con Boris


Subimos al avión. El avión se puso en marcha (mientras lo escribo se me revuelve el estómago nuevamente) empezó a ganar altura. Siguió subiendo, subía subía. Ángela sería la primera en saltar porque estaba un poco resfriada y le aconsejaron saltar desde menos altura. Yo estaba al lado de la puerta, cuando se abrió para que salte Ángela mi corazón latía más y más rápido. Intentaba distraerme con algo, pero ¿en qué se puede pensar estando en un avión, a 3 minutos de saltar al vacío en caída libre? Es casi como pasar por abajo de un puente de tren mientras este pasa por arriba de tu cabeza e intentar no pensar en cocodrilos. Simplemente imposible.

Como estaba previsto, 3 minutos después, al alcanzar los 4600 mts de altura, se abrió la puerta nuevamente, pero esta vez me tocaba a mí. Boris me preguntó nuevamente si estaba todo bien. Alcancé a levantar un dedo pulgar y ya estábamos en la cornisa del avión, colgando de un hilo, listos para dejarnos caer.

Desde la corniza del avión


La caída libre duró unos 60/65 segundos. La sensación de estar cayendo es inexplicable, es única. El viento corre fuerte a tu alrededor, te pega en la cara, casi q no te deja respirar. Tenés miedo pero miedo del bueno, ese que te hace sonreír. Es como volar, pero en realidad caés. Y después tuc se abre el paracaídas y vas sentada. Disfrutando del paisaje. Ahí están las montañas, ahí está el lago, ahí esta la ciudad. Lentamente vas descendiendo, maniobra de aterrizaje, y seguís caminando, como si nada hubiera pasado.

Increible, inigualable, indescriptible. Lo único, tocás el suelo y queres volver a tirarte.


Volareee ohhhh

martes, 25 de octubre de 2011

Recuento...

Hoy, pero no hoy-hoy, sino el hoy de hace 1 año, yo estaba caminando por una calle. Pero no la calle de mi barrio, sino una calle de una ciudad muy lejana a la mía. Hace un año llegaba a Auckland (Nueva Zelanda) y empezaba mi viaje. 

Un viaje puede ser muchas cosas. Uno puede viajar sin moverse de su casa con solo imaginarse a si en un lugar diferente, o leyendo un libro, o viendo una película, o escuchando una canción. Estudiar puede ser un viaje, un recorrido por autores de diferentes épocas, con diferentes puntos de vista. Emprender algo nuevo puede ser también un viaje. Un viaje puede durar 10 minutos o 10 años, pero eso no es lo importante creo yo. 

Mi viaje duró un poco más que 7 meses y me llevó a lugares inpensados para mí. No solo lugares físicos, también lugares mentales. Me hizo volverme más fuerte, un poco más segura de mí misma, y empezar a valorarme por lo que soy.

Me despedí de mi familia pensando que iba a fracasar, que me iba a querer volver al día siguiente. Pero aún así quería probarme, ver hasta donde llegaba. Y llegué hasta lugares impensados para mí. Conocí mucha gente, con muy diferentes acentos, de todas partes del mundo. A muchos no los voy a olvidar nunca, van a estar conmigo siempre porque me ayudaron y me enseñaron mucho, como yo también a ellos. Aprendí que no necesito más que ser yo para que la gente me quiera. Aprendí tanto. Me subí al avión hacia Auckland pensando que no tenía nada que perder y me bajé en Buenos Aires habiendo ganado tanto, que no me entraba en la mochila.

Estar lejos cambia la perspectiva que uno tiene sobre muchas cosas. A mi por ejemplo, me hizo dar cuenta de lo mucho que amaba a una persona, que me esperó todo ese tiempo y con el que quiero pasar el resto de mis viajes (por donde sea). Las distancias a veces acercan, a mi me acercaron mucho más a mis amigos, a mi familia, a los que quiero. Porque te das cuenta que el apoyo que recibís de ellos es fundamental, y a veces teniéndolo tan a mano no lo valoras.

Esto intentó ser una reflexión para conmemorar el aniversario de mi viaje. Que al principio era un conjunto de preguntas y ahora es un mundo lleno de recuerdos, sonrisas, anécdotas y amigos. Hoy, a un año de ese comienzo tan especial, me siento feliz de haberlo hecho. Ahora solo me queda seguir viaje...