Esta es la increible historia de una persona que una vez dijo "a mi me gustaría hacer sky diving", pero como decía muchas cosas ni ella se hizo caso. En el mes 7 de su estadía en Nueva Zelanda, habiendo recorrido el país con su super amiga Flo y su hermoso auto Tahuna, habiendo regresado a su hogar neozelandés en Queenstown y quedándole unos 10 días en el bello país surgió nuevamente la idea.
Flo y yo teníamos ganas de hacerlo y daba la casualidad que había una promoción especial de 3x1 para "locals" o sea, gente que vive en Queenstown, pero faltaba el tercer integrante. En una visita a nuestro amigo Fabian, él nos contó que Ángela, una chica austríaca a la que habíamos visto en varias reuniones, también tenía ganas de tirarse de un avión. Acto seguido nos pusimos en contacto con ella y una hora después teníamos reservados 3 lugares para tirarnos al día siguiente.
Sinceramente en ningún momento previo a la llegada al lugar estuve nerviosa. Mi vida siguió como si nada pasara o mejor dicho, como si nada fuera a pasar, como si no me fuera a tirar de un avión a 4600 metros de altura en caída libre... Ahora que lo pienso, creo que mi poder de negación no tiene límite alguno.
Felicidad, gracias al poder de negación |
Cuando llegó el momento y estuvimos preparadas con arneses, guantes, gafas, etc. conocimos a nuestros instructores, con quienes íbamos a saltar. El que me había tocado en suerte se llamaba Boris. Alto, al lado mío un gigante. Servio. Me preguntó si estaba nerviosa como 17 veces, creo que mi cara delataba algo, pero yo le contesté que no. Le pregunté cuantos saltos había hecho en su carrera, y me dijo que unos 30000 aproximadamente.
Con Boris |
Subimos al avión. El avión se puso en marcha (mientras lo escribo se me revuelve el estómago nuevamente) empezó a ganar altura. Siguió subiendo, subía subía. Ángela sería la primera en saltar porque estaba un poco resfriada y le aconsejaron saltar desde menos altura. Yo estaba al lado de la puerta, cuando se abrió para que salte Ángela mi corazón latía más y más rápido. Intentaba distraerme con algo, pero ¿en qué se puede pensar estando en un avión, a 3 minutos de saltar al vacío en caída libre? Es casi como pasar por abajo de un puente de tren mientras este pasa por arriba de tu cabeza e intentar no pensar en cocodrilos. Simplemente imposible.
Como estaba previsto, 3 minutos después, al alcanzar los 4600 mts de altura, se abrió la puerta nuevamente, pero esta vez me tocaba a mí. Boris me preguntó nuevamente si estaba todo bien. Alcancé a levantar un dedo pulgar y ya estábamos en la cornisa del avión, colgando de un hilo, listos para dejarnos caer.
Desde la corniza del avión |
La caída libre duró unos 60/65 segundos. La sensación de estar cayendo es inexplicable, es única. El viento corre fuerte a tu alrededor, te pega en la cara, casi q no te deja respirar. Tenés miedo pero miedo del bueno, ese que te hace sonreír. Es como volar, pero en realidad caés. Y después tuc se abre el paracaídas y vas sentada. Disfrutando del paisaje. Ahí están las montañas, ahí está el lago, ahí esta la ciudad. Lentamente vas descendiendo, maniobra de aterrizaje, y seguís caminando, como si nada hubiera pasado.
Increible, inigualable, indescriptible. Lo único, tocás el suelo y queres volver a tirarte.
Volareee ohhhh |